viernes, 10 de mayo de 2013

MARA


ap 3

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Guerra.
El fin del mundo.
El Apocalipsis.
El fin de los tiempos.
¿Otra vez?
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Mara recorría los ambientes en busca de silencio total.

Aunque hasta en el living octogonal que estaba justo en el centro del amplio departamento oía voces lejanas que parecían provenir de la alfombra añil. O tal vez de las propias paredes.

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¿No alcanzó con la última masacre, en la que se mutilaron sin piedad  entre vecinos? ¿Entre familia?
Quedaban pocos y aislados. Pero todavía los había. No eran gente. Eran aglomerados de genes estancados, ingrávidos e implacables, capaces de cualquier cosa para apoderarse del espacio y de las ideas ajenas.
Vaya virus extirpador de ideas...
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Esa compulsión ezquizoide no pudo sacársela de encima ni con el anterior apocalipsis.
Sabía del virus, que continuaba esparciéndose por contagio.
Sabía de los afectados, que andaban diseminados por lo poco que quedaba de la ciudad.
Sabía del agua salada. Todo el mar y sus Dioses Implacables alrededor de la enorme isla de cemento, verdosa de humedad.

Entonces Mara se encerró en los altos. Quería conservar ciertas ideas que la inspiraban para seguir viviendo.

Con el afán de olvidar el horror que sus propios ojos atestiguaron, cultivó ideas de Amor y Tolerancia. Ideas de Generosidad y Comprensión.
Se dio cuenta que estas ideas serían envidiadas hasta el crimen, obviamente incluyendo sus estadios anteriores: el maltrato, la agresión, la calumnia, los insultos y otras muchas expresiones.

La envidia hacía rato que era moneda corriente. Tan corriente como los riachuelos de sangre en los que los animales resbalaban hasta que ese, aquél viento los rescataba.

Claro que hasta la serenidad era perseguida. Y ni hablar del silencio, o la creatividad.

Lo que apenas llegó a saber, es que esas ideas que protegía y alimentaba con pasión, eran inspiradas por unos Ojos Grises que ese, aquél viento le arrimaba cada noche.

Naturalmente, ese virus también llegó a sus ya no tan pequeños hermanos. Y padeció el no poder impedir que escaparan de la psicótica epidemia.

Mara sabía que los más beneficiados con esta hecatombe eran Los Malditos. Así llamaban a los Dioses que se fueron a vivir a lo profundo del mar. Lo notaba cuando soplaba ese viento generado por sus regodeos. Ése, que soplaba solo en algunos pocos lugares de la ciudad.
El edificio de Mara era uno de ellos. De ahí su nombre, “El del Viento Maldito”.
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Mara pasaba gran parte de su día frente al gran espejo del salón octogonal en busca de posibles señales de contagio.
Revisaba su rictus, su ceño, su postura. Una leve inclinación hacia adelante de los hombros la llevaba a días de entrenamiento feroz. No se lo podía permitir.
Luego pasaba horas en su tina, burbujeante de fragancias que ella misma destilaba de las extrañas plantas que crecían en su terraza.

Llegó a reconocer que el legado más valioso de su avara familia fueron las alacenas llenas de todo lo necesario para su alimento diario. Y el de muchos sobrevivientes.

Cada día era un largo viaje hacia la ansiada noche, porque solo en sus sueños aparecían esos intrigantes Ojos Grises.

En cada amancecer aumentaba su empatía con estos seres profundos, aparentemente malditos. De algún modo los sentía sus pares. Tan inaccesibles y tan distantes... Y empezó a llamarlos «familia».

Pero hubo una noche rara en la que el insomnio se hizo presente. Idas y vueltas. Y mezclas de tés, inciensos y variazepam. Y nada. Y se levantó. Y fue directo a su sillón frente al espejo. Y se dispuso a escuchar.

Los ruidos eran cada vez más fuertes denotando su cercanía. Aterrorizada y muda, con su mirada clavada en el espejo, empezó a ver movimientos en él. En principio el color de sus ojos. Los de ella. No podía ser. Se movían, tornándose grises. Sentada, inmóvil del susto, notó que en el espejo su cuerpo se movía también al compás de un latido expansivo, deformándolo. De fondo, ruidos, gritos y peleas vecinas, nuevas y a la vez harto conocidas. Y ella petrificada y moviéndose a la vez, viendo cómo su «familia» salía a través del enorme espejo con grandes sonrisas azules y deformidades imposibles. Se vio rodeada por esos seres coloridos y raros que posaban alegres como para una foto. Y ella se sintió una más en esa pequeña multitud. Y la invadió una serenidad desconocida.

El abrazo de los Ojos Grises la hizo sentir feliz y segura, como nunca pudo serlo en su vida.

Todos contentos.

Los vecinos chillones resultaron exquisitos con sus traumas y resentimientos acumulados existencia tras existencia y sus rápidos cerebros para la maldad y la intolerancia en general. Apelmazados y fofos por vivir de ideas ajenas, fueron uno a uno sacrificados para la causa de los mal llamados «Malditos», ya que su misión primordial fue la de preservar el Amor Incondicional con el objetivo que, algún día, tal vez, impregne la la superficie de esta Tierra.

Mara, exultante por haber sido elegida como nexo, vivió una larguísima y real vida con su amado Ojos Grises y su encantadora y deforme familia de Dioses Subterráneos.

Cada vez que traspasaba el espejo, ya no se escudriñaba en busca de marcas de odio en su bella cara. Solo disfrutaba de su azulada e imperfecta sonrisa de felicidad.

Mara supo que, de este universo predatorio todos sabemos bastante poco.
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CmC
22.4.13
 
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MARA (prólogo)


escalera

Mara rezaba para que no fuera cierto.
Esos ruidos y rumores nuevos no podían indicar otra cosa más que vecinos nuevos.

En esos días se acordó de sus plegarias de antaño, las que desempolvó y revivió con fuerzas, impregnando las paredes con su voz.

No estaba lista para eso. Nunca lo estuvo.

Hacía años que disfrutaba su solitaria vida en el edificio conocido como “El del Viento Maldito”.

«¿Por qué será?» pensaba.
«Dicen que Grises son los Ojos del Diablo, Grises Como tu Olor», murmuraba.

Como heredera de una familia demasiado tradicional y ya demasiado muerta, lo eligió entre varias de sus propiedades sin un atisbo de duda.

Jamás imaginó que a esa altura tendría que soportar una guerra…


(continuará)
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cMc
2.4.13
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