domingo, 10 de enero de 2010

SOBRE EL ALMOHADÓN DE PLUMAS...


EN EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
Ella era hermosa y llena de sueños exquisitos. Así la conocí.
Era amada, pero con una severidad que no entendía muy bien.
La rodeaban altas y austeras paredes, plagadas de ecos.
Parecía como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
El silencio de palabras la arrojó a una depresión de la cual no podía salir.
Cada vez más débil, lloraba su espanto callado, prisionero de su timidez.
Por las noches, cuando se acercaba, empecé a oler la necesidad de un contacto más íntimo y profundo.
Sus carencias despertaron mi hambre de ayudarla.
Ya inmovilizada y presa de lo que llamaban alucinaciones, fue cuando decidí actuar.
Lentamente cada noche me ocupaba de ella. Absorbía sus penas con fervor.
Degustaba su hastío y soledad hasta la médula, consciente del deleite de un trabajo bien hecho.
Yo podía con eso. Era mi naturaleza. Era mi deber.
Me hacía feliz quitarle sus penas. Una a una. Noche a noche. Hasta que lo logré. Al fin pude liberarla.
Liviana y pálida como una pluma se elevó en el aire y con una sonrisa desapareció.
Y fue una pluma también la que delató mi presencia y anunció mi fin.
No me importó.
Misión cumplida.

Cla9
18/12/09

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