Homenaje a Chuck Palahniuk
“Descubre qué es aquello que más
miedo te da y vete a vivir allí.”
Monstruos invisibles
¿Un
plan? ¿Tendría un plan? La mera
sugerencia ya resultaba irrisoria en un personaje como Juan. Imposible creerle
ni la hora. Menos, cuando ponía ese acento afrancesado y neutro. Fue él quien
que se llevó consigo a sus seres más preciados para que vibren y sufran los
bamboleos de su egocéntrica existencia.
Él
mismo.
¿Dá? No.
Y
no...
Volviendo
a unos cuantos días antes, todo parecía relativamente bajo control. Unas cuasi vacaciones
impulsadas más que planeadas por ciertos eventos latosos, como algunas
denuncias de una mente aparentemente más desquiciada que la suya, como ciertos
cambios laborales, como ciertas ganas de escapar. Nada nuevo.
Y
yo ahí, acompañándolo.
Siento
las vibraciones que emanan de esas paredes barrocas, su reino, nuestro reino, y
me sacan de tema. Porque lo que de verdad, de verdad, de verdad quiero, es que
Juan esté muerto. Porque mis padres quieren que esté muerto. Porque la vida
sería mucho más fácil si Juan estuviera muerto.
Volvamos
al principio del fin. Esto fue en la Gran Fiesta de Carnaval, ésa que solo él podía
armar y a la que todos, todos querían ir. Por supuesto, en su mansión heredada de
su poderosa y casi desaparecida familia. ¿Mi
familia?
Todo
lo mejor y en abundancia. Bocados, tragos, drogas, juegos y más. Mucho más.
Pasemos
al momento JUAN-SORPRESA-JUAN de la fiesta.
—
¿Cómo es posible que no
paremos de mutar y al mismo tiempo sigamos siendo el mismo virus mortal?
Lo
dijo con la escopeta colgando de su brazo zurdo y obviamente sin esperar
respuesta alguna bajó la escalinata pisando fuerte y lento (era su desfile
glorioso, privado y personal).
Yo
estaba parada en el medio de todo, atónita y aparentemente ilesa. Miraba la
escena a través de mis gafas Alto Romeo como si no estuviera ahí. Claro que no
había notado que mi mano colgaba de mi antebrazo de un hilo y el charco de
sangre empezaba a mojar mis Luc Boutin. Pero sí noté en el ojo derecho de Juan una
gota roja borravino que brotaba y se recostaba en su mejilla.
Sin
duda estaba alardeando.
Su
discurso continuó enumerando las banalidades cometidas por los damnificados,
como vencedor de una cruzada divina y justificada.
¿Cómo puede uno no soportar y a la vez
admirar?
El
ser humano da para todo. Apreté los dientes y me acomodé el corset con la mano
sana. Estábamos en el otoño de nuestro desencanto.
Volvamos
unos cuantos años atrás, a las vacaciones familiares. Papá inexistente por su
trabajo, mamá tratando de dominar todo. Y Juanchi, mi primo Juanchi, siendo
siempre el centro de atención. Por él no íbamos a la comparsa porque había
quemado una paloma en plena calle de mediodía. Por él no había caminata para
ver la luna salir del mar. Esa vez juntó decenas de sapos en una caja y la dejó
en el garaje de la dueña de la quinta.
Mi
adolescencia gestó junto con las hormonas un odio impotente imposible de
reciclar con los recursos de esa década. Nunca entendí esa, nuestra relación
parental. Era bien diferente; no parecía de nuestra sangre. Y mis protestas
eran alevosamente ignoradas debido a que todos esperaban algo distinto de mí. Las
noches eran demasiado oscuras y demasiado rodeadas de acantilados. Podrías
ahogarte con tanto silencio.
Juan
sabía cómo domar situaciones. Daba cátedra y enseñaba con detalle cada acción.
Sentirse acompañado por mi incondicionalidad lo envalentonaba, y yo no podía
negar que su compañía era mi destino. Había perdido todo menos las ganas de
vengarme.
Volvamos
a la fiesta destrozada.
Cuando
un poco de todo ese lujo quedó desparramado por todos lados, sentenció:
—Puedo
ser el que quiera.
Él
y su escopeta silenciaban lo excedente en forma rápida y eficaz. Acto seguido
nos trepamos a un AuDi alquilado por alguien de la fiesta y Juan encaró la ruta
con aquella decisión que lo hacía brillar.
Era
enorme. Bello y enorme. Y yo me sentía tan pequeña sin mi mano…
Volvamos
al momento en que Juan me ató la mano a mi brazo con un mantel de encaje blanco
de la fiesta.
—Nunca
te pongas en un lugar de lástima, nena. No puedes ser bella hasta que te
sientas bella. Tienes un potencial infinito para que te hagan daño. Cuando
hayamos destruido este planeta, Dios nos dará otro. Se nos recordará más por lo
que destruimos que por lo que creamos. Ya veremos quién serás a partir de
ahora.
¿A partir de ahora?
¿En
qué momento el futuro dejó de ser una promesa para convertirse en una amenaza? ¿Habrá
sido cuando descubrimos esos escalones y pasillos verborrágicos hacia nuestra
preciada azotea? Los subimos una, diez, mil veces durante nuestro pasar en esta
vida. Y esas paredes cóncavas, repletas de historias siguen allí, en el living
de mi memoria.
Volvamos
a cuando Juan estacionó en la puerta del edificio. Yo sabía que acabaríamos
ahí. Directo y sin escalas. Nuestro edificio. La calle vacía en esa madrugada
ya casi muerta. Ábrete sésamo y a subir.
Subir,
descanso, subir. La escalera siempre fue nuestro momento de introspección, de
confesiones; nuestro.
Agarré
el labial de la cartera y en cada pared de los descansos empecé a escribir sin
pensar. Quería confesar todo. Todo ese oscuro sentimiento que me llenó la vida
hasta ahora. Hasta ahora. Porque no lo quería más conmigo. Quería escupirlo,
estrellarlo en esas paredes como muestra de desapego a mi dolor.
—Lo
mejor es no oponer resistencia, sino dejarse ir. No te pases la vida intentando
arreglar las cosas. Cuando huyes de algo solo consigues que permanezca más
tiempo contigo. Cuando luchas contra algo, ese algo se vuelve más fuerte.
Sus
palabras me inundaban. Casi llegando a la azotea me empecé a sentir limpia, y
mis agobiantes sentimientos por Juan transmutaron en algo que desconocía por
estar siempre tan ocupada encerrándome en el odio.
Me
di cuenta lo que era el Amor. Y que en realidad siempre estuvo allí.
Y
sí. Tenía un plan. Tenía un plan para mí. Era eso, que lograra verme a mí misma
sin miedos ni culpas. Tal cual soy. Quería salvarme gracias al caos. Comprobar
si era capaz de obligarme a mí misma a crecer de nuevo haciendo explotar mi
espacio de comodidad.
Sentí
profundamente el Amor que fluía hacia ese ser que con su arrogancia logró lo
que nada en este mundo.
Juan,
ése que parecía escapar de todo, ése que destrozó santidades, ése que generaba
amores y odios con su sola presencia, tenía un plan.
Al
abrir la puerta de la azotea vimos el cielo más claro. Parecía un amanecer más.
Él se dio vuelta para que vea sus ojos sonrientes y felices. Caminando hacia
atrás abrió los brazos como abrazándome y luego abrazó al cielo. Y mirando las
estrellas desapareció, entre el borde y la niebla.
Sin duda no fue un
amanecer más.
Bajé
por el ascensor. Su espejo me mostró una cara con el maquillaje chorreado de
tanto llorar. Lo que necesito ahora es hacer las cosas por mí misma. Escribir
mi propia historia. Salí y un taxi me llevó al hospital.
Antes
que Juan se fuera de esta vida, pude, en esa escalera transformar todo mi odio
hacia él, hacia mí y hacia el mundo en Amor Incondicional. Amor verdadero.
Verdadero Amor.
Y
mi vida empezó de nuevo.
cMc | 13.2.13.
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13.8.15.
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para:
Intenso, sangriento, cruel y repleto de sentimientos encontrados. Las personalidades de los protagonistas, impecables.
ResponderBorrarLo había comentado en "La Azotea", lo leo nuevamente aquí, lo vuelvo a disfrutar, y otra vez a dejarte mi parecer (no lo puedo evitar...)
¡Saludos!
aunque un poco tarde, nunca es tan tarde. GRACIAS JUAN!
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