Ayer, 27 de enero fui a ver a mi
zapatero sin avisarle antes, como suelo hacer: Mensajes, Allá voy, ¿Estás? ¿Está
listo lo mío? Etc., etc., etc. Estaba cerca. Y como no vi de lejos su puerta
abierta, pregunté. Así es como me entero, por alguien de la galería, que se
fue. Se murió. Así de golpe. Un par de días después de haber estado acompañando
su destreza por unas horas en el último diciembre. Mi zapatero prodigioso. El
que adaptaba cualquier bota a mis sensibles pies. El que lograba ilusionarme
con despegar de la tierra. El que acomodaba mis pasos, y me hacía sentir mejor
con las sandalias que elegía. Se fue. No está más. Y, oh, casualidad, hoy, se
me quebraron mis dos pies a unos metros de su local. Con mucho dolor. Tal vez
un esbozo del dolor que sintió su corazón al rendirse. Tal vez el dolor que no
pude expresar. Por lo que sea. Por lo que sé. Por los tantos años de saberlo
ahí. Varias décadas ocupándose de mil detalles. De una partecita de mi vida. Tipo
callado, serio. Es alguien que nunca voy a olvidar. Mis pies se irán
recuperando, sabiendo que perdieron a su artesano
de cabecera.
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Gracias por todo, Jaime.
Te deseo un buen viaje por donde
sea que vayas.
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Con cariño,
Claudia
28/01/2016
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Bellas palabras, Claudia. Acompaño esa pérdida.
ResponderBorrarSaludos.
gracias, juan.
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