miércoles, 5 de noviembre de 2014

STELLA


Stella D’art contaba los hoyos de su media sin pie con bastante atención. Llegaba al número cinco y todo se le volvía amarillo. No podía seguir. Amarillo. Las paredes de su cuarto, su mesita de luz, su luz.
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Todo al amarillo. El espanto hecho color. Indicaba que debía parar.
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Esa indeseada quietud hacía que los músculos internos de Stella se agarrotaran con raros efectos. Algunos no tan raros, como el hipo. Pero otros, hacían que se tire de costado con la necesidad de aflojar la cabeza contra el suelo. El suelo frío.
Su cráneo latía acurrucado entre falanges, dormido sobre vértebras.
Y entonces soñaba.
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Stella soñaba con su base inexistente. Su base. Su pisar en este mundo. Mientras sentía las uñas de sus pies crecer.
En cada despertar, se paraba con dificultad y empezaba la búsqueda frenética del alicate. Alicate salvador, cortador de las uniones con ese mundo infame.
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En ese frenesí solía encontrarse con una tijera, que no resolvía lo de sus uñas pero sin duda le encontraba otros usos. Para el pelo por ejemplo. Un corte agradable para un mundo azul. Azul. Con tonalidades de azules y verdes con toques de rojo claro. Ese rojo que no alude a la sangre, solo intima con atardeceres intensos y frutas salvajes. Con bebidas maduras. Y con ciertos labiales.
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Un día, ése, aquel día, abandonó la tijera y se empezó a maquillar. Tono sobre tono. Rojos y negros. Sin tonos intermedios.
Llegando a las sombras, sintió las uñas chocar contra el porcelanato. Entonces largó todo y se abocó al asunto primordial. El alicate.
No podía ser. Tenía que estar por allí. Empezó a dar vuelta cajas, cajones y baúles. Vació estuches y portacosméticos. Buscó hasta en donde están los versos de los cuadros.
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Su cuello giraba al revés que sus pies. Y, naturalmente, trastabilló. Y mientras caía, volvió el amarillo. Su mundo paró.
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Contó hasta diez, veinte y más. Esta vez todo estaba muy nublado.
Lo único claro eran unas cuantas esferas liliáceas que flotaban, amenazantes, a su alrededor. Algunas explotaban, expandiendo su hedor. Ese hedor que cortaba el respirar.
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Las vio adueñarse de sus pertenencias y de sus desechos desparramados. No podía frenarlas. Le era imposible seguirles un ritmo que no tenían.
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Recordar el alicate fue asombrosamente familiar y salvador a la vez.
De un salto llegó a la repisa del baño. Oh. Siempre estuvo allí.
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Empezó a cortarse las uñas con las esferas rebotándole en la nuca.
Descubrió el agujero número seis de sus medias y el latido en el diafragma volvió.
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Tratando de sacarse las medias, cayó de costado. Era adecuado. Tenía que parar otra vez. Las esferas lilas seguían ahí, rebotando en las ideas, en los miedos y en las caderas, haciéndolas girar y girar. Y todo terminaba en un sueño demasiado sucio.
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Stella despertaba al rato buscando cigarros. Tabaco aliviador. Después de todo, ¿qué estaba haciendo sino vivir el presente, como siempre todos le recomendaban?
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Se asomó al único espejo de ese pasillo interminable y notó varias cuestiones inconclusas. Maquillaje, pelo, medias, uñas. Tenía que poner manos a la obra con el consabido esfuerzo. Y, como si fuera poco, el recuerdo de sus manos ágiles la sumergía en un océano de angustia. Estado que duraba el tiempo que una rata vive su esplendor. Luego fluctuaba entre mundos extraños hasta que tomaba velocidad para continuar.
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Entre temblores, se cambió las medias, recortó sus siempre impecables uñas y se aplicó con cuidado el labial.
Ese rojo claro que la serenaba tanto.
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Acomodó su vestido, se calzó los altísimos stilettos y se sintió mejor.
Gracias a ellos y a sus botas perfectas encontró su manera de caminar en este mundo, lejos de la superficie.
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Ya casi estaba lista. Aunque no recordaba bien para qué.
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Sentada en el inodoro intentó recordar.
Sus manos frías se veían verdosas y rodeadas de las siniestras esferas liliáceas. Trató de sacudírselas, pero seguían ahí.
A pesar de eso, tocó sus pechos buscando calor. No tuvo paz hasta que los sintió latir; hasta que los reconoció enteros y suyos, capaces de alimentar a las miles de almas perdidas que se arrastraban por su vientre plano y suave.
Brindó esa energía sin cuestionarse, como pago a cuenta de exclusivos cursos de milagros.
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Pero las esferas la siguieron rodeando. Se apropiaron de sus surcos y de sus entrañas.
Y un día su corazón explotó. Y junto con él, su cara contra la puerta de hierro.
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A los enfermeros les costó bastante poder ingresar, ya que el peso muerto del cuerpo cortajeado de Stella trababa la única entrada al habitáculo.
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Cuando lo lograron, vieron que ya no quedaba nada entero de ella. Sus órganos estaban desangrándose sobre el cemento gris, volviéndolo negro y viscoso. Y los pocos sectores de piel que le quedaban tenían tajos con pelo y trozos de dientes incrustados.
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El bello pelo de Stella.
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Sus labios hinchados, con capas y capas de rouge, apenas cubrían sus encías rotas.
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Se llamaba Stella D’art. Y ahora sabe que su paso por este mundo le dio vuelo a unas cuantas vidas complejas, que anhelaban azules.
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Y aunque se siente en paz con sus dioses, su mente ingenua sigue pegada a ingenuas ansiedades, típicas de algunas especies.
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Sigue buscando el alicate, con acordes amarillos.
Pero, por ahora, con sus mágicas botas puestas.
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stella
CMC
4.8.14
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domingo, 31 de agosto de 2014

CATO. Y basta.

 

cato40x80

 

acrílico sobre lienzo de 40 x 80 cm.

agosto de 2014.

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viernes, 20 de junio de 2014

RECORDATORIO


Vi unos pájaros hoy, temprano.
Me anunciaron un día inmenso,
lleno de despertares y revelaciones.
Y así fue.
Todo coincide.
No hay error.
Sincronizaron mi mente con la vida que transcurre.
Y ahora, ya al fin del día,
esos tres pájaros siguen ahí.
Implacables.
Recordándome el no olvidar.
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zorzales
CmC
19.6.14













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jueves, 29 de mayo de 2014

ESPEJOS


espejos
 
Pájaro cantando antes del amanecer.
 
Espejo del baño maquillándonos para salir.
Espejos de los lugares donde nos gustaba bailar.
Espejos retrovisores de Bob, el auto que nos llevaba.
Espejitos de la gente que nos cruzaba.
Espejismos.
Lentes espejados.
Espejos ausentes. Mente ausente.
(Hemos vivido tantas vidas sin querer... Casi tantas como las que vivimos queriendo, a propósito.)
 
Y si. Gracias a ellos el ambiente parecía enorme.
Nos sentíamos nadar en agua cristalina, riéndonos de todo.
 
Los demás nos seguían la corriente.
Decían lo que creían que queríamos escuchar.
Y todo resultaba en un tremendo aburrimiento.
Espejos opacos que reflejan lo harto conocido.
(Son mayoría. No reflejan nada. Nada vuelve. Como agujeros negros en una sección seca del universo. Difícil de digerir.)
 
Seguimos adelante, calculando que la flexibilidad tiene que ver con el reflejo.
Si resulta en la mente, resulta en el cuerpo.
Dedujimos que la materia flexible tiene menos posibilidades de ser reflejada, de ser encontrada. O de desintegrase en una copa de cristal vacía.
 
Atestadas de gente, las paredes del bar apenas mostraban su color.
Claro que había varios (colores), dependiendo de nada en especial.
Espejos repartidos en cuatro de las cinco paredes reflejaban desde casi cualquier ángulo más gente. Más caras.
Todo se multiplicaba.
Uno de ellos, particularmente, contenía a su vez cinco formas diferentes de espejos en un mismo marco.
Otros dos, más grandes y oblicuos se enfrentaban armando un enfrentamiento absurdo.
Uno ovalado miraba fijo a la pared más libre, que en realidad no liberaba nada.
 
Y sí. Así la vida parecía más grande.
Pero el Mal ya estaba por ahí.
(Siempre estuvo, aunque solo mostraba sus dientes en una sonrisa de foto.)
 
Lo más notable fue cuando nos alcanzó.
Comenzó por los talones, que empezaron a abrirse en gajos dolorosos y chorreantes, y ya no podíamos caminar normalmente.
Sabíamos que el paso siguiente serían las manos. Y luego el resto de la piel, esa piel que logramos broncear en esos días intensos.
Inmediatamente supimos que la misma situación se produciría en nuestras articulaciones. Ahí nomás empezamos a sentirlas desintegrándose más rápido que nuestro pensamiento.
Cuando nuestros órganos internos, ya casi expuestos, se cubrieron de un vapor denso y amarillo, nos percatamos que estábamos al borde del colapso.
 
Creíamos que estábamos solas.
Que un mar de incomprensión nos separaba del resto del océano.
Pero no era tan así.
Miles de aguavivas vinieron a reunir nuestros pedazos.
Nos rearmaron con dolor. Mucho dolor. Y tremenda precisión.
Después de mucho tiempo lograron ponernos de pie en un mundo de gelatina, de flan, de arenas movedizas, de incertidumbre.
 
Somos y seremos sobrevivientes.
Ese mal nos salvó la vida. Nos puso a tono con la eternidad.
 
El pájaro sigue cantando al fin de la noche.
Y, en sus silencios, balancea su espíritu,
soñando con espejismos
y aguavivas.
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cMc
25.4.14
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martes, 13 de mayo de 2014

ANSIANDO TONTERA


DSCN3894
Despidiendo gente.
Y van…
Y se van. ¿A dónde van? Tonta, pregunta tonta.
Porque no van, vuelven.
Vuelven a su lugar en el cosmos.
Vuelven a la estrella que los hizo brillar.
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Y nosotros seguimos acá, persiguiendo respuestas.
Sintiendo una vez más la soledad en este mundo.
Convenciéndonos de que el Tiempo es una herramienta más.
Abrazándolo, como si saliera de nuestras entrañas.
Dejándolo caminar lento, para que no ajusticie de prepo.
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Tristeza y felicidad.
Fatídico acostumbramiento.
Espera para no esperar.
Conciencias ardientes ansiando tontera.
Y la moneda sigue rotando por el aire.
Y van…
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cMc
13.05.2014
23.03 H.
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http://es.wikipedia.org/wiki/H._R._Giger
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http://claudiamedinacastro.blogspot.com.ar/2009/11/la-ceremonia-del-aire.html
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domingo, 11 de mayo de 2014

CATO…


...CASI LISTO PARA SALIR.
(siempre falta algún detalle…: ))

DSCN5873
ACRÍLICO SOBRE LIENZO EN BASTIDOR DE 40 X 80 CM
mayo 2014
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jueves, 10 de abril de 2014

EL FARO


el faro

Calor.
Tanto calor implica cerebros derretidos. Cicatrices exultantes, articulaciones expuestas. Sumale la creciente humedad ambiental. Días largos y bochornosamente incómodos. Venas a la vista y piel de gelatina. Tremendo fastidio. Hace poco he decidido ver todo como señales. Algunas para seguir, otras para ignorar. Fácil. No hay mucho que hacer. Solo observarse ser. Sin previo aviso y con perfecto timing apareció en mi vida La Torre. El Altillo. El Faro. Cuatro ventanas. Cuatro balcones. Cada uno cara a cada punto cardinal. Un lugar en el mundo. Unos días de vacaciones elegidos sin pensar. Una propuesta inesperada. Señales a seguir. Por las mañanas me asoleaba en el balcón Este, mirando el río y la costa lejana. Mediodía de siesta, luego de comer algo y beber mucho. Señal de hidratación. Mi amigo tenía el departamento bien equipado. Dos pisos justo por debajo del antiguo faro y arriba de otros dieciocho. Pisos, claro. Más tarde en la tarde temprana la reposera del balcón Oeste me llevaba a los altos de la ciudad. Me veía sobrevolando la gente que circulaba. Mucha. Siempre mucha gente. Como termitas buscando problemas a las soluciones. Arenas movedizas brutales. Y el calor. El calor físico, el del carácter, el de las debilidades expuestas y el las perversiones contenidas. El calor es la excusa perfecta para la masacre. Las nubes que ese día iban bajando me trasladaron mecánicamente al balcón Norte. La estrella se dejaba ver. Era buena su compañía. Aunque asomarse se estaba tornando raro en esas horas. Desde allí también se veían nubes bajas como alfombras de algodón. Masas acolchadas en tonos rojizos, separadas por algo entre acuoso y denso. Lagrimeaba. Las gotas se deslizaban por mi cuerpo hasta rebotar en el borde y hacerse trizas al vacío. Sumale a eso una emoción inesperada y aguda. Y que estaba bien oscuro ya. A no ser por la estrella. Mi cable a tierra en el cielo. Qué risa. Las nubes naranjas empezaron a subir y ya casi no la podía ver. A la estrella, claro. Entré al departamento pensando en comer algo y una náusea no me dejó. Pasé por el baño sin éxito. Era exquisito el gusto de mi amigo para decorar. Salí al balcón Sur, no sin antes asomarme por la ventanita que miraba al sudeste. Estaba totalmente empañada de ambos lados. Pero mi cara rebotó en una gota, brillante y desencajada. Mi cara, claro. Y me asusté. No me reconocí. Por un momento pensé que era una señal de algo que mi subconsciente quería expresar. Pero inmediatamente adjudiqué tal cambio a la nube anaranjada, obviamente sin saber que estaba compuesta de entidades de Otra Latitud. Agarré instintivamente mi cartera, y sacando el portacosméticos volví al baño con otro propósito. Mi amigo, el gran decorador. Espejos en todas las paredes, aún en los ángulos imposibles. Del naranja al rojo oscuro todas las tonalidades posibles enmarcaban mi figura. Claro que eso lo noté luego de ver nublosamente las llagas que me cubrían. Lo que un rato atrás creía lágrimas era un humor espeso que salía de mis poros. Sudor de las entrañas, supe después. Hay cosas que no se nos ocurren normalmente. Respirar fuego no es algo fácil de describir. Renombramos sentimientos con el fin de disfrazarlos o extinguirlos. Hasta que las venas nos cuentan otra historia. Paralelamente, imágenes impensadas invaden nuestra mente. Todas las funciones naturales del cuerpo sufren un colapso imparable. Literalmente se derriten nuestros sentidos, mezclándose entre sí. Las ansias de recomponerme solo lograron concientizarme del sofoco letal. La peor parte fue cuando noté que lo que creía alucinaciones eran realidades. El susto transmutó en miedo. El miedo en muerte. Y la muerte en una hoguera infinita. A todo esto, las verdaderas señales eran las que emitía el Faro sobre mi cabeza, avisando, a los que venían del Otro Lado a través del gran río, que llegó la hora de hacerse Ver. Mis pseudovacaciones terminaron abruptamente, ya que lo último que vi desde esas alturas resultó ser una nada en comparación con lo que realmente pasó. Sé que ya no formo parte de esa forma de vida, la humana. Pero agradezco el poder contar los hechos de ese enero en forma telepática gracias a que algunos de los Otros me permitieron usarlos como router. Fue mi última voluntad. Aunque definitivamente a ellos no les importa la trascendencia histórica. Usan el Tiempo solo para perfeccionar su performance. Y está a la vista que no necesitan de ninguna señal para devorarnos. Ni siquiera ya somos su alimento predilecto. Ellos enviaron el Calor para eliminarnos de la faz de la Tierra. Solo a los humanos. Demasiado deteriorados para su gusto. Tienen planeado cultivar una especie mejorada, en cualquier momento. Seguramente cuando se apague el último fuego. Diana G. Febrero 2, 2014.
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cmc | 2.2.14
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miércoles, 9 de abril de 2014

ALUVIÓN



Revolviendo rincones.
Arreglando esquinas.
Pintando cajas viejas casi sin ver.
Extendiendo el ocaso.
Vaciando el lado oscuro del alma.
Así me encontró ese año bisagra.
 
Mis gatos insistían en que todo estaba como siempre.
Pero sus bigotes agudos delataban la verdad. Todo cambió.
Yo cambié.
Mi línea de pensamiento era otra. Ya no admitía vuelos rasantes.
 
Desde el espacio se ven las cosas muy diferentes.
Y volar en la noche superó toda expectativa.
 
Cambiar cajas de lugar es casi como volar entre galaxias.
Puede remontarte,
o desbordarte,
o alienarte.
Todo es lo mismo llegado el caso, cuando el aluvión está sucediendo.
Y es tan,
tan amable,
que lo aceptás
a los gritos.
 
GATOS1
 
cMc | 25.3.14
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viernes, 28 de marzo de 2014

KATIA (mutando)



acrílico y pastel sobre lienzo en bastidor de 40 x 70 cm. 
segundo esbozo.
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detalle.

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martes, 26 de noviembre de 2013

KATIA IN PROGRESS


katia in progress

acrílico y pastel sobre lienzo en bastidor de 40 x 70 cm. primer esbozo.
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miércoles, 6 de noviembre de 2013

CATO IN PROGRESS…



cato in progress

ACRÍLICO SOBRE LIENZO EN BASTIDOR DE 40 X 80 CM
2013
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jueves, 10 de octubre de 2013

THERESA

 
Adoro ciertas rutinas. Me sostienen en un estado familiar. Las sigo con el placer de saberme distraído, silencioso, despierto.
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Los pájaros de la ciudad, hay que decirlo, son cada vez más.
Me atraen con sus miradas ágiles y furtivas.
Un día seguí a uno por largas cuadras durante unas cuantas horas, hasta que se perdió en una enramada fulera. Di media vuelta y me fui. No daba para más.
A ése mismo (lo reconocí por el leve desvío de su ojo izquierdo), lo vi en la plaza que cruzaba casi a diario, diario en mano, para luego estacionarme en la veredita del bar de la esquina, asoleada y tranquila como todo en esa zona.
Ése, con sus botitas rojas y su pico morado. Ese que me hizo caminar hasta perderme en las callejuelas hasta bien entrada la tarde, cuando ya solo veía un destello azulado.
Volviendo a la parte del bar, inmediatamente después de que pedí lo de siempre, el quía aterrizó enfrente de mí y se sentó con total descaro en la silla desocupada. Estaba como simpática y sonriente, la picarona. Porque noté ahí nomás, debo decirlo también, que era una nena, una fémina, una pajarita. Y que además sabía, tanto como yo, que iba a caer en mis garras (o yo en las suyas… esa parte no ha quedado muy clara).
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Nos miramos mucho, largo y tendido. Le convidé una masita de las que venían con el café y la aceptó, tímida y sensual.
Yo no tenía muchas ganas de hablar. Afortunadamente la comunicación fluyó por canales diferentes. Nos sabíamos presentes y empáticos.
Antes de cada bocado abría sus alas para coquetearme. Y eso me encantaba. Tanto color en un ser tan pequeño me llevaba a lugares inhóspitos de mi débil psiquis, borrando todo vestigio de realidad.
Esas curvas rodeadas por líneas azuladas en un fondo dorado eran exquisitas. Y la visión de sus aterciopeladas axilas me transportaba al edén y al infierno a la vez.
Ella invadía mis sentidos, ahogándome en el deseo de poseerla para siempre en un solo instante. Automáticamente, todo lo demás desaparecía en una nube sin importancia.
Sin tocarnos siquiera, algo en mí empezaba a crecer. Era el efecto del amor por esos ojos pequeños y brillantes. Por esas plumas suaves que enmarcaban deliciosamente el final de su espalda.
Me la llevé. Y la llamé Theresa.
La metí en mi cama y se quedó quieta, muy quieta.
Sentí fundirme en sus colores, perteneciéndonos. Mis latidos se aceleraban a la par de los de ella, que resonaban en mis labios. Sus caricias eran cosquillas que me erizaban entero. Y ni hablar del perfume de su cuello. Era poderosamente embriagador.
Ya no se distinguían los soles de las lunas. Y las agujas de los relojes se derritieron con nuestra pasión.
En alguno de esos instantes eternos me sentí volar con sus alas. El cielo era tan mío como sus entrañas tibias, y el fuego de su lengüita me borraba la visión.
Casi por explotar, sentí sacudones en el pecho que me empujaban a lo que parecía un abismo infinito. Y acabé saltando, sin redes que amortiguaran el porrazo final.
Cuando desperté, después de varios días de inconsciencia, ya no estaba. Y sabía que no iba a volver.
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Si algo me quedó claro en todos estos años atrapado en este loquero es que nunca más podré ir a burdel alguno. Dicen que mi frágil corazón no lo resistiría (aunque a veces me cabe la duda).
En cada sesión psiquiátrica me hacen repetir una y otra vez que aquel impactante abismo del que hablo resultó no ser tan infinito, y que terminé estropeado contra una dura vereda.
Aún así, deambulo por el parque con la esperanza de encontrarla en cada sombra, en cada rama. Tengo todo el tiempo que queda de mi enferma vida para buscarla.
Los enfermeros ya no me dejan subir a la terraza, ésa, la de más arriba. No entienden lo feliz que me hace recordar esas alas doradas… Dicen que mi cuerpo ya no resiste un golpe más.
Yo creo que sigo vivo gracias a sentir, de vez en cuando, aquellos golpes de nuestros corazones latiendo juntos… y a las suaves alas de mi Theresa rodeándome las caderas, queriéndome ver una y otra vez deshecho a sus pies.
Los bochólogos de acá insisten en que note que lo que llamo «pies» eran garras, y que tenían la natural decisión de sacarme de mi complaciente rutina solo para desquiciarme, cosa de féminas nomás.
Sin duda y a pesar de todo, prefiero quedarme con mi versión de la historia. (Como les conté de entrada, adoro ciertas rutinas…)
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theresaa
 
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cMc | 13.7.13
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DER ZAUBER (El Hechizo)

 
el perfume
 
Lucía dormida. Dormida y desnuda.
Acurrucada, escondida en su brazo, quería ser invisible. Sus ojos apretados deseaban no pensar más. Intentaba apagar su mente forzándose al sueño. Al menos un rato de silencio, hasta el ocaso implacable.
Ya no se preguntaba cómo llegó a eso. Ya no. Pero el tiempo y el olvido no siempre llegan juntos. En su caso, había pasado mucho tiempo, y muchas cosas había para no olvidar.
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Su costado dolorido bramaba silenciosa clemencia. Se decía a sí misma - todo pasará. Pero los años formaban un círculo infinito, diferenciados solo por las diferentes heridas en su cuerpo entumecido.
Heridas que inmediatamente sanaban, dejando una indeleble cicatriz en la memoria de Lucía. Sabía muy bien que eran señales. Marcas de su arriesgada decisión.
Entonces, sumisa y obediente, volvía a su noche cotidiana. Una y otra vez retornaba deliberadamente a ese infierno extraño y ensordecedor.
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La época no ayudaba. Las mujeres existían para cosas muy puntuales; el mundo era para otros.
Tiempo atrás, cuando la ciudad entera lucía empedrada, Lucía era una luz. Todo se iluminaba a su paso altanero. Sus vestidos relucían como espejos, reflejando los verdores más verdes que nunca. Todo parecía florecer, despertar. Y el asombro se instalaba en el aire como una brisa mágica que obligaba a sonreír.
Los labios de Lucía lograban que las miradas más rústicas destellaran de luminosidad.
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Pero junto con el asfalto, llegó la decadencia. Eso fue algo más que nunca olvidaría.
Como tampoco olvidaría ese cálido día de sol en la plaza, cuando aparecieron, mientras disfrutaba del perfume rojo de esas rosas, esos ojos verdosos que la hechizaron para siempre, llevándola a un lugar que jamás imaginó.
Un laberinto embriagador, excitante, ambiguo. Irresistible.
Y más oscuro que la soledad de la muerte.
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Extasiada, se entregó. Sin la menor resistencia.
El placer y la euforia se fueron tornando en dolor. Agudo, en la sien, en su cuello, para luego derramarse en todo el cuerpo.
Miles de colmillos rasgándole las múltiples capas de seda, brocato y piel al correr por los pasillos húmedos de ese encierro.
Estaba viviendo su propio, personal y ansiado fin del mundo. Y aprendió a no correr más.
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Su alma pura la llevó a ese día para hacer una causa, cargando sobre sí la injusticia del deseo como forma de amor.
En el fondo sabía que aquello no era vivir. Con tanta mugre alrededor, no se sentía con derecho a brillar.
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Entregó su sangre gota a gota.
Su intención casi visceral fue librar a muchas del padecimiento de moda, la cual resultó tan sincera como imprudente. Y solo logró agitar las aguas. Los pescadores se regodearon por varios siglos más.
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No hay mucho más que contar.
Los abusos continuaron y Lucía siguió con su alma dolorida por toda la eternidad.
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Y aunque la ansiedad le devoraba cada suspiro, guardó entre ellos el callado anhelo de ser besada, algún día, por la boca dulce de la muerte. Y así sentir, aunque sea por un instante, el amor verdadero, condicional, de una única y valiosa vida, que marque el fin del hechizo.
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cmc
09.09.13
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(Relato basado en la portada del libro EL PERFUME de Patrick Süskind)
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domingo, 28 de julio de 2013

LA MALDONADO

 

Yo nací del otro lado. Del lado de las fieras.

Y nadie conocía como yo esas tierras…

 

Aldea-de-Buenos-Aires-en-1536

 

Allá por los mil quinientos, en estas pampas había gente nueva traída de distintos lugares. Como por ejemplo de las Europas, repletas de gente para descartar. Se las quería fuera de ese siempre viejo primer mundo.

Resulta ser que esta gente, ansiosa por tener una nueva vida en una nueva tierra, se encontraba con mil salvajes injusticias. Tal vez, creo, peores que las que ya conocían.

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Un grupo de chozas rodeadas por una empalizada para protegerse de los dueños reales de esas tierras, llamados indios, fieras o alimañas, era lo que hacíase llamar la tierra prometida, el nuevo mundo.

Claro que prontamente se instaló la hambruna, y virus y bacterias se encontraron a sus anchas. Foto atroz. De esas que no se quieren ver.

Con el hambre, antes que la muerte llega la locura. Pero evidentemente, en ese tiempo como en muchos otros, había algunos innombrables con poder que permanecían a salvo. Estos, decidieron que los que intentaban salir de la ciudadela serían ejecutados, como así también los que osaran invadirlos (llámense Querandíes).

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En ese tiempo feroz, una mujer, enloquecida ante tanto horror, corrió hacia la empalizada, abrió la tranquera y se fue. Había sido una de las recogidas del atracadero de Sanlúcar de Barrameda.

Nadie en ese entonces sabía que era una Medina, perteneciente a la Casa de Medina Sidonia de la vieja Andalucía, que con la valentía propia de su estirpe anduvo sin dudar hasta llegar a aquel arroyo lejano del asentamiento. Y ahí quedó. Inconsciente y más viva que nunca.

 

MurallasMedina-BarrantesMaldonado

 

Dicen las leyendas que una puma la alimentó. Y luego ella la ayudó a parir dos gatos hermosos. Por suerte, su nueva familia pudo defenderla de los locales infradotados que insistían en someterla (ser mujer ha sido difícil en todos los tiempos).

La historia sigue diciendo que un día, los “señores” del chozaje la encuentran y la ajustician por haberse escapado, dejándola ultrajada y casi muerta para que terminen la labor las “fieras” que habitaban esos parajes desolados más allá de aquel arroyo mal llevado.

Desconociendo la verdadera naturaleza de ese ser, no imaginaron que sus amigos, las “fieras”, la cuidarían y acompañarían durante mil vidas, en las que fue libre y feliz.

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Todo ese lugar cambió. El arroyo desacatado fue entubado y las bestias extinguidas.

Pero yo, que nací cerca de ahí unos años (cientos) después de todo aquello, percibo el fulgor de esas auras a diario cuando traspaso esa zona en tren o como sea.

Una barrera invisible separa Belgrano del centro de Buenos Aires. Y una parte de mí ve a la que llamaban “La Maldonado” y a sus amigos pumas recorriendo el lugar con esplendor.

Es un allá y acá. Un antes y un después. Y siempre lo será.

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El arroyo sigue haciéndose notar. Sobre todo en las tormentas.

Tal vez, algún día, la Maldonado logre perdonar a las verdaderas bestias de esta historia y entonces, solo entonces, las aguas se encaucen solas.

 

Viejo_arroyo_maldonado2

inundación palermo jbj

cMc

29.06.13

 

http://es.wikipedia.org/wiki/Sanl%C3%BAcar_de_Barrameda

http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo_de_la_Casa_de_Medina_Sidonia

 

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lunes, 1 de julio de 2013

in progress


DSCN3790_041

(acrílico y óleo sobre tela pequeña, en construcción. 2013)
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