jueves, 3 de diciembre de 2009

SIRENA



Ella no quería escuchar.
Quería ser sorda. Sentirse en una cápsula transparente; sólo ver.
Harta ya de las voces y los ruidos, quería sólo colores entrelazados; sombras y luces, brillos y opacidades. Formas. Relieves.
Quería dormir, dormir en silencio. Que el mundo se calle.
Quería concentrarse en sólo ser. O al menos eso creía.
No quería escuchar los estúpidos sonidos de la vida, que la hacían reír, asustar, latir. Enojar, bailar, vibrar. Caer y luego levantarse. Levantar a otro para luego volver a caer.
Porque estaba cansada. Algo la partió por dentro. Y no sabía arreglarse.
Ella sólo quería ver, ver en su cabeza los pasos a seguir. Sabía que el silencio le decía cosas, ésas que necesitaba para componerse.
El tiempo se volvía denso, como un grito más.
Cada minuto era como una caja llena de ruidos. Y cada caja que pasaba estaba más llena. Ocupaban espacios que la obligaban a quedarse quieta.
Tambores paralizantes retumbando en la cabeza.
Creía que sorda tal vez podría moverse. Actuar.
Atravesar los sonidos sin escucharlos, como debajo del agua. Ese silencio quería.
Ese día raro de septiembre fue cuando le empezaron a zumbar los oídos.
El aire no era suficiente. Y tuvo que mover.
Caminó hasta un taxi. Balbuceó: - hasta el río por favor.
Ahí fue cuando empezó a sentir esa luz en el medio de su cuerpo.
El agua estaba oscura pero cálida. Con solo tocarla notó con alivio que ya no tenía pies.
Entonces todo se calló. Y pudo respirar como nunca.
Mientras se sumergía, el agua le arreglaba el alma rota.
Ya no necesitaba nada. Al fin se sintió en casa.

Cla9
22/11/09

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